Sólo atraen a una de cada diez personas que viven en torres.
Cuando Federico Puerta tuvo que buscar departamento, se dejó deslumbrar por los amenities. Aunque las expensas eran más caras, no tendría que pagar un gimnasio ni ir a un club para zambullirse. Hoy, casi un año después de mudarse, recuerda con exactitud cuántas veces se metió en la pileta: tres. Jamás usó ni usará el gimnasio, y no tiene la menor idea de dónde está el sauna.
Lo que le pasó a Federico es común a la mayoría de los habitantes de las tan codiciadas torres con infraestructura, que en los próximos meses comenzarán a pagar tarifas de luz y gas sin subsidios. Hoy, según un informe de la firma L.J. Ramos, en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires el 57% de los nuevos edificios tiene pileta de natación; 46,5%, solárium; 38,2%, parrilla; 38% salón de usos múltiples y el 31,8% tiene gimnasio. Sin embargo, sólo uno de cada diez habitantes utiliza estos servicios, de acuerdo con una estimación que hizo la empresa W Consultora, asesores en Actividades Deportivas, Fitness y Amenities para emprendimientos. Un dato que se corrobora, además, con el relato de los habitantes de este tipo de edificios.
«Cada vez que subo a la pileta estoy solo, y muy de vez en cuando me cruzo con alguien que viene un rato a tomar sol», confiesa Adrián Cardoso, que desde hace casi dos años vive junto con su mujer, Lorena, en un edificio en Palermo.
Además, desde que la Presidenta decidió quitarles los subsidios a las torres con amenities de la ciudad, la ventaja de vivir en este tipo de complejos con comodidades hoteleras se puso en duda, sobre todo, por la baja tasa de utilización que tienen, las altas expensas que implican.
«Hay algo de mito alrededor de los amenities. Al momento de comprar son un factor decisivo, porque la gente tiene la ilusión de que va a mejorar mucho su calidad de vida. Sin embargo, por una cuestión de falta de tiempo, mucha exposición o un mal diseño de estos espacios en algunos casos, la realidad es que se usan poco dijo a LA NACION Dina Crusizio, directora del área de viviendas de L.J.Ramos. En 25 años de experiencia y de recorridas, nunca vi a nadie utilizando el sauna, por ejemplo».
No son pocos los habitantes de edificios con servicios, ya que en pleno boom inmobiliario, en 2007, el 52% de las nuevas propiedades construidas fue catalogada como lujosa y suntuosa, según un informe de la Dirección General de Estadísticas y Censos del gobierno porteño. Para ser consideradas suntuosas, estas propiedades deben contar con salón de usos múltiples, pileta de natación y jardín.
«Todo esto hizo que los amenities se volvieran un requisito para las nuevas construcciones, por una cuestión de competencia. Un edificio levantado sin servicios compite en inferioridad de condiciones con el resto de la oferta. Por esa razón, muchos emprendedores incorporaron amenities hechos sólo para el catálogo publicitario, con pileta poco más grandes que una bañadera», aseguró Germán Gómez Picasso, director de la consultora Reporte Inmobiliario.
«Está más bien estructurado para la venta y no para que funcione como un servicio eficiente. Nosotros hemos tenido denuncias de compradores defraudados. Les mostraron un folleto muy lindo cuando el edificio se estaba construyendo, pero cuando les entregaron la unidad la realidad era otra.
El gimnasio era una bicicleta fija hogareña y dos mancuernas y la piscina, más bien un jacuzzi», explica Osvaldo Loisi, presidente de la Liga de Consorcistas.
De todas formas, también en los edificios premium y con alta calidad de servicios, la tasa de utilización es reducida. La convivencia, la superposición en las reservas para el SUM y algunos espacios reducidos para la cantidad de habitantes hacen que sean pocos, y hasta mal vistos, los que los utilizan.
La ilusión del jardín propio
«A la hora de comprar, nos gustó que tuviera pileta y gimnasio. Pero lo usamos poco, casi nada. Uno tiene la ilusión de que se está mudando a una casa con jardín y pileta, pero en realidad no es así», explica Verónica Quine, que vive en un edificio en Villa Devoto.
«Además, siempre se arma un conventillo por quién lo usa demasiado o trae invitados los fines de semana. Hace un tiempo, habían puesto un dispenser con agua en el SUM y algunos se quejaban porque una vecina llenaba el termo para ir a la pileta. Se arma conflicto sin ningún sentido, y se ejerce un control social sobre los demás que es ridículo. Por eso, mucho no lo usamos», agrega.
En el edificio en el que vive Rocío, en Belgrano, hay una plaza con juegos para chicos, entre otros clásicos servicios como pileta y SUM. Pero esta joven madre se cansó de que algunos vecinos le recriminaran que su hija de 4 años no podía andar en triciclo ni en patines allí. «Me harté. Nos mudamos y nos pareció una ventaja tener una plaza adentro, pero al final es una contra. Para no pelear, me voy a la plaza de la vuelta», dice.
Emilia Erbetta para LA NACION, Buenos Aires
Septiembre 2015