El uso de los servicios adicionales, un bien escaso al alcance de muchos vecinos, es un desafío; requiere de reglas y acuerdos para evitar conflictos.
Para calmar la abstinencia de playa, en verano Ana Papadopulos se conforma con la pileta de la terraza del edificio donde vive. Total, casi siempre está sola o con los mismos dos o tres vecinos: «En el primer edificio en el que viví a la pileta iba prácticamente sola. La gente no bajaba porque tenía el rollo de ponerse en malla delante de los vecinos».
Ésta es la segunda vez que Ana, periodista y sommelier, alquila un departamento en un edificio con amenities (pileta, SUM, parrilla, laundry), y en estos años aprendió que para convivir lo fundamental es que haya reglas claras de lo que se puede y lo que no se puede hacer, algo así como un «manual de civilidad» para que estos espacios compartidos no se conviertan en una tortura cotidiana. «Acá al principio era como un rock and roll: viernes y sábado en el SUM había fiesta, como si fuera un boliche. Si no hay reglas claras no podés convivir», cuenta.
Según Daniel Tocco, presidente de la Cámara Argentina de Propiedad Horizontal, «los amenities agigantan los problemas de convivencia». Sostiene que el problema principal es que en los consorcios no hay alguien que pueda ejercer el poder de policía: «Queda en la colaboración y en el respeto entre vecinos; en edificios de 200 unidades hay que tener mucha voluntad para que las cosas sean ordenadas», evalúa. A falta de un «Gran Hermano» doméstico, algunos vecinos asumen de facto el rol de controlar que se cumplan las reglas, lo que hace subir la temperatura en las relaciones vecinales.
Rodrigo Vila, gerente comercial de Vizora Desarrollos Inmobiliarios, advierte que los conflictos entre vecinos surgen cuando los espacios son muy reducidos. Plantea que la solución es regular el tiempo de uso. También destaca que este tipo de proyectos permite tener algunas situaciones cotidianas resueltas «en un entorno contenido, seguro y cercano».
«En la última década la sociedad ha tenido un cambio en sus hábitos y costumbres. La tecnología dejó de ser una computadora en un escritorio y se sumó a la mesa de la familia; el ritmo de las personas tomó otra dinámica. La información, el tiempo de espera y de respuesta son mucho más acotados y queremos tener todo al alcance con el mínimo costo de tiempo y dedicación. Los amenities no son más que las necesidades de nuestra sociedad al alcance de la mano».
Como en el jardín de infantes, las reglas tienen que ser sencillas para que sean fáciles de cumplir. Pero en algunos casos se vuelven tan estrictas que quitan las ganas de usar las comodidades extras que ofrece el edificio. Eso les pasa a Mijal y a Andrés, que viven juntos en un departamento de Palermo hace dos años y ya ni siquiera usan el SUM y apenas la pileta en verano.
«El edificio tiene pileta, solárium, SUM con parrilla, un sauna y una cava», enumera Mijal. «Todo se oye superbién y es una muy buena presentación para un departamento pequeño, que tiene pocos metros -explica-, y cuando compramos, evaluamos que todo el espacio que no había adentro de casa lo compensábamos con los amenities. Pero después eso no pasa: el SUM no sólo es difícil de usar porque hay más de 70 departamentos y siempre está ocupado, sino que la mala utilización hizo que pusiéramos multa por todo y ahora tanta regulación nos cohíbe bastante.»
Tomás Marolda, secretario de la Cámara Inmobiliaria Argentina, explica que la situación suele ser crítica en los edificios chicos, como el de Mijal y Andrés, donde los amenities pretenden compensar la falta de metros. Con piletas demasiado chicas, una parrilla y un lavarropas para más de 50 departamentos, aunque haya voluntad es difícil hacer buenas migas cuando las comodidades no alcanzan para todos.
Los chicos…
Gabriela y su marido se mudaron al complejo de departamentos donde viven hoy antes de tener hijos. En ese momento, la pareja se enamoró del gran jardín con césped, árboles y pileta del lugar y cuando tuvieron su primer hijo buscaron alquilar un lugar más grande en el mismo edificio.
«Para los chicos es increíble -aclara Gabriela de entrada-, pero acá hay mucha gente que no tiene hijos y me he tenido que comer malas caras un montón de veces.» Aunque ella y sus hijos disfrutan del edificio y de sus espacios verdes al máximo, con los años las reglas de convivencia se volvieron más estrictas y, advierte, un poco antiniños.
«Hay multas por llevar pelota, por andar en bicicleta, por ir un rato a la noche -se lamenta-. Al principio no eran tan estrictos; a la noche se podía ir al parque, no había problema si los chicos llevaban una pelota, pero tampoco había tanta gente como hay ahora. El tema es que sin reglas se desbandaba, la gente dejaba botellas y comida en la pileta, por ejemplo.»
En este gran edificio de Colegiales, el SUM sólo puede usarse dos veces por año, para que haya una oportunidad para cada uno de los 400 departamentos. Como son muchos, el «control social» de esta miniciudad (también tiene gimnasio, restaurante y hasta un salón de fiestas) ya no pasa por el boca en boca de los vecinos: un sistema de cámaras vigila que nadie se pase de la raya.
Evangeline Himitian, Soledad Vallejos para LA NACION, Buenos Aires
Febrero 2012